" -¿Y a qué se dedicaban?
-Bueno, ¿ha oído hablar del grisú? Es un gas que hay a veces en las minas. Explota.
Vimes fue viendo las imágenes en su mente mientras Jovial se lo explicaba.
Los mineros dejaban libre la zona, si tenían suerte. Y entonces entraba el tanteador, vestido con una capa tras otra de cota de malla y cuero, llevando su saco relleno de bolas de trapos y de aceite. Y su pértiga bien larga, y su tirachinas.
Abajo en las minas, completamente solo, oía el repicar. Oía a Agi Robamartillos y todas las demás cosas que hacían ruidos en las profundidades de la tierra. No podía haber ninguna luz, porque la luz habría significado una muerte repentina y estruendosa. El tanteador avanzaba a tientas por la oscuridad absoluta, muy por debajo de la superficie.
Había una especie de grillo que vivía en las minas. Y que hacía un cri-cri muy fuerte en presencia del grisú. El tanteador llevaba uno en una jaula, atado a su sombrero.
Cuando el animal cantaba, los tanteadores muy seguros de sí mismos o bien los extremadamente suicidas daban un paso atrás, encendían la antorcha que tenían al final de la pértiga y la arrojaban hacia adelante. Los tanteadores más cuidadosos daban muchos más pasos atrás y tiraban con el tirachinas una pelota de trapos en llamas en dirección a la muerte invisible. En cualquier caso, confiaban en sus gruesos ropajes de cuero para protegerse de lo peor de las explosión.
Era un oficio honorable, pero, por lo menos de entrada, no se heredaba de padres a hijos. Porque los tanteadores no tenían hijos. ¿Quién se iba a casar con uno de ellos? Eran enanos muertos en vida. Pero a veces un enano joven expresaba su deseo de convertirse en uno de ellos. Su familia se mostraba orgullosa, le decía adiós y luego empezaba a hablar de él como si estuviera muerto, porque eso facilitaba las cosas.
A veces, sin embargo, los tanteadores regresaban. Y los que sobrevivían continuaban sobreviviendo, porque sobrevivir es cuestión de práctica. Y a veces hablaban un poco de lo que habían oído, a solas en las minas profundas... el golpeteo de los enanos muertos que intentaban regresar al mundo, la risa lejana de Agi Robamartillos, los latidos del corazón de la tortuga que llevaba el mundo a cuestas.
Los tanteadores se convirtieron en reyes.
Vimes escuchaba con la boca abierta, se preguntó por qué demonios los enanos creían que no tenían religión ni sacerdotes. Ser un enano ya era una religión de por sí. La gente se adentraba en las tinieblas por el bien del clan, y oía cosas, y quedaba transformado, y regresaba para contarlo..."
~ Terry Pratchett, "El quinto elefante"
lunes, 10 de enero de 2011
Tanteadores
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