A modo de guia campsa actualizada y completa, esta guia nos lleva a los mejores lugares imaginados; los lugares donde poetas y novelistas han logrado que lo imposible y lo extraordinario convivan y sean. “Breve guía de lugares imaginarios”
Hace doce años, en 1992, se publicó por primera vez en España la versión extendida de esta guía de lugares imaginarios, quizá la mejor y la más lúcida de todas las guías del fantástico. Jugando a ser un diccionario, pues utiliza el alfabeto para ordenar el contenido, la Breve guía de lugares imaginarios intenta abarcar la geografía (infinita) de los universos fantásticos, excluyendo Balbec de Proust, La Mancha de Don Quijote o Yoknapatawpha de Foulkner por ser «realidad sospechosa» o «artificios que le sirven al autor para hablar libremente de una ciudad o de un país determinado cargados de realidad».Esta sistematización alfabética del fantástico recoge mundos sobradamente conocidos, desde Homero hasta Rowling, pasando por el ciclo artúrico, Las mil y una noches, los relatos de Jules Verne, Tolkien y su Tierra Media, Borges, Calvino, Chatwin o Salman Rushdie. Pero hay más, y es ese plus el que le confiere a este «diccionario» una categoría casi de grimorio para los amantes de lo imposible.
De modo que, preparados para cualquier viaje vamos hallando:
Los Cárpatos, cerca de la antigua ciudad húngara de Bistritz y al borde de un terrible precipicio, el Castillo de Drácula; en la capilla en ruinas están los ataúdes de los miembros de esa familia. (Este mundo fue una invención de Bram Stocker, en “Drácula”).
Si damos un paso en otra dirección y otro sentido, podemos hallar la extraordinaria Cueva de Montesinos, situada en La Mancha; su único explorador fue el Quijote. Y a veinticinco metros de profundidad, quien se atreva a entrar en ella descubrirá que en la caverna hay un prado y un palacio cuyas paredes son de cristal transparente y es posible ver deambulando, encantadas, entre otras, a la reina Ginebra y a Dulcinea del Toboso. Cuando el viajero sale de la cueva tiene la sensación de haber estado allí tres días, pero en realidad apenas ha transcurrido sólo una hora. (Fue imaginada por Cervantes, naturalmente, en las páginas del “Quijote”).
La “Selva de la Muerte”; no queda lejos de Basti; aquí el sol se filtra entre las ramas y sus habitantes, los gorbuses, son un pueblo de caníbales de piel muy clara y larga melena blanca. Nada se sabe acerca de su origen. Esta zona fue debida a la fantasía de Edgar Rice Burroughs, autor de “Tarzán”, está emparentada con la peligrosa selva de “Minuni”, donde conviven los hombres/hormiga y las mujeres gigantes.
En la curiosa “Isla del Realismo”, de ubicación desconocida, hay un castillo rococó, con cuellos de jirafas, una cúpula semejante a una tortuga y un pináculo que parece un mono cabeza abajo. G.K. Chesterton
Al “País de los Deseos”, creado por André Maurois, sólo tenemos una forma de llegar: cuando tratamos de aprender de memoria el poema de La Fontaine titulado “La zorra y el cuervo”. Una vez allí, en el llamado Campo Mágico, el señor “llenodevuerguenzayconfusión”, el zorro, somete al viajero a un examen y, en caso de ser aprobado, le permitirá recibirse de hada de segundo grado. De esta forma, ingresará a este país está lleno de hadas, y donde el palacio de la reina es una casa de vidrio sobre columnas de cristal cubiertas de rosas. La reina de las hadas (que es tan loca como hermosa) lleva un vestido hecho de cables que semeja la torre Eiffel. Debemos recordar que este país es inalcanzable para los mayores de doce años. En cambio, para todos es accesible Kled, una extensa jungla perfumada que está situada en el País de los Sueños; aquí, el viajero encontrará silenciosos palacios e inviolados palacios donde una vez moraron monarcas de tierras olvidadas. (Este país fue descubierto y bien pintado, por así decirlo, por Howard Phillips Lovecraft).
Y, en fin, para terminar con los ejemplos de los recorridos por estos inabarcables territorios imaginarios, recordemos el pueblo de Macondo, fundado por José Arcadio Buendía, en “Cien años de soledad”, de García Márquez. Allí, hay que decirlo, ninguna casa recibe más sol que otra. Y, como recordarán los lectores, tuvo lugar una larga epidemia de insomnio que obligó a los pobladores a escribir el nombre de los objetos para no olvidarlos (”cacerola”, “mesa”, “vaca”), e incluso debieron colgar, a la entrada del pueblo, un cartel que decía “Macondo” y, luego, en la calle central, otro donde se leía “Dios existe”.
Abadía, La (también llamada Abadía de la Rosa, aunque esta denominación es mucho más reciente). Ruinas de una abadía italiana situada en lo alto de un monte desde donde se dominan dos aldeas, hoy despobladas. Un incendio la destruyó en 1327. De las dos grandes y magníficas construcciones, sólo quedan ruinas dispersas. La hiedra cubre lo que queda de los muros, las columnas y los raros arquitrabes que no se han derrumbado. En sus días de gloria la abadía no era tan majestuosa como las de Estrasburgo, Chartres, Bamberg y París. La más notable de todas las construcciones de la abadía era la biblioteca, que se encontraba en el interior del Edificio. Se pasaba a la biblioteca, cuyas puertas vigilaba celosamente el bibliotecario, por el osario, donde había un pasadizo secreto. La arquitectura de la biblioteca era la de un laberinto de escaleras que no conducían a ninguna parte, salas que reflejaban otras salas, espejos, hojas de vidrio con ondulaciones, corredores sin salida, puertas ciegas. Algunos dicen que sus anónimos arquitectos se inspiraron en los planos de la Biblioteca de Babel. De todos los tesoros que albergaba la biblioteca, el más importante era el tratado sobre la comedia, de Aristóteles, que se creyó perdido durante muchísimo tiempo. Para que el mundo no conociera esta obra, que inculcaba a los hombres el olvido de Dios, se supone que un monje, ya muy anciano, cometió una serie de crímenes atroces que culminaron con la destrucción de la abadía. (Umberto Eco, "El nombre de la rosa")
Amantes, Gruta de los. Parte obra de la naturaleza, parte obra del hombre, está situada en una región remota y montañosa de Cornualles, a la que se llega después de una penosa jornada de viaje por caminos intransitables. La Gruta de los Amantes es redonda, tallada en la roca blanda, lisa y nívea, iluminada por la luz que dejan filtrar tres pequeñas aberturas en lo alto de las paredes. El techo, muy alto y abovedado, ha sido transformado en una cúpula con dovelas. En su piedra angular el viajero hallará una corona de oro adornada con gemas. El suelo de la gruta es de un mármol tan verde como la hierba. En el medio se alza un lecho tallado en cristal de roca. Una inscripción dice que la gruta está consagrada a la diosa del amor. La puerta es de bronce, asegurada con dos grandes traviesas, una de cedro y otra de marfil, y sólo se abre por dentro. No sabemos quién fue el arquitecto que dio a esta gruta el aspecto que tiene hoy, pero los historiadores han interpretado el significado de su diseño. La gruta es redonda para simbolizar la sencillez del amor; no hay rincones para que no puedan acechar la insidia o la traición. La anchura significa el poder del amor; la altura es la aspiración del amor a la virtud, simbolizada por la piedra angular. Las paredes blancas y el suelo verde representan respectivamente la integridad y la confianza, y la translucidez del lecho de cristal significa la claridad del amor. La puerta no se puede abrir desde fuera porque el auténtico amor sabe que nadie debe forzar la puerta del amor. Y, por último, las tres ventanas simbolizan las virtudes del amante: bondad, humildad y delicadeza. Dos de los visitantes más célebres de la Gruta de los Amantes fueron Tristán e Isolda, que vivieron allí después que los celos de Marcos, el marido de Isolda, los forzaran a huir de la corte del reino de Cornualles. (Gottfried von Strassburg, "Tristán e Isolda")
Así, si es cierto lo que decía don Camilo José Cela en cuanto a que los caminos no son para llevar a ninguna parte, sino para caminarlos, deambular por los mundo complejos sueños o inventos que recoge esta guia libro tan singular es otro viaje en sí mismo, uno en el que la única maleta que podemos llevar sea todo aquello que hemos leído/vivido.
"Que otros se enorgullezcan de los libros que han escrito. Yo me enorgullezco de los que he leído."
Borges
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