lunes, 18 de mayo de 2009

El mal absoluto


Un viaje guiado y bien planeado a la historia de la novela europea y norteamericana del siglo XIX. Eso es lo que nos ofrece Pietro Citati en este ensayo que ha editado Galaxia Gutenberg sobre este género, que alcnza su madurez en este siglo. Es un viaje con objeto, sin embargo, y no sólo atraviesa no ese género, sino toda la literatura de esa época: la noción del mal absoluto. No la maldad mezquina que no levanta el vuelo, de la que todos somos particípes en mayor o menor medida, sino el atributo demoníaco que fragua en la literatura desde Milton: la negra luminosidad del Satán rebelde en el que hay una evidente grandeza trágica. El caído que deslumbra entre los hombres por poseer las grandes alas negras impregnadas todavía de luz.
En su prólogo, que arranca en el XVIII, con Robinson Crusoe; un retrato de Potocki, el autor del misterioso y enciclopédico Manuscrito encontrado en Zaragoza, y esa hipótesis trágica sobre el mundo que es Las afinidades electivas, un primer tramo nos lleva de Jane Austen a Poe a través de De Quincey,que es para Citati la grandeza absoluta, el talento de Dumas en el espejo de sus Memorias, su oficio y el misterio de su escritura en Los tres mosqueteros; las cartas de un Poe solitario y dotado de un alma vacía y melancólica y un magistral perfil de Hawthorne en Nueva Inglaterra, con la culpa y el pecado como atributos del destino en su mundo de tinieblas diez veces negras. Las encarnaciones de Vautrin, el personaje de Balzac que encarna el mal absoluto, último hijo de Caín, maquinador policiaco de simulaciones.
Tras una parada en la colina de Brusuglio para ver a Manzoni y su círculo incestuoso en uno de los retratos más impresionantes del libro, el elogio de un Dickens prodigioso y minusvalorado; el viaje con Dostoievski a Londres, San Petersburgo o Wiesbaden en los años agitados de las Memorias del subsuelo, Crimen y castigo y Los demonios.Nos regala un retrato de Lewis Carrol a la orilla de un río, mientras merienda con aquellas niñas que fotografió tanto y otro retrato de Pinocho, para enseñarnos luego los caballos de Leskov, escritor de cuentos inauditos, y la potencia alegórica de Tolstói en La muerte de Iván Ilich.
Una invitación a la lectura o a la relectura, hecha por un lector excepcionalmente sabio y sensible, un nuevo camino para entrar en un bosque arduo y viejo, espejo y repetición de cada uno de nosotros, porque a veces para ver, hay que aprender a mirar.

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