sábado, 10 de octubre de 2009

Ernest Shackleton y un barco llamado “resistencia”

“Men wanted for hazardous journey. Small wages. Bitter cold. Long months of complete darkness. Constant danger. Safe return doubtful. Honour and recognition in case of success.”
(Ernest Shackleton)
“Se buscan hombres para peligroso viaje. Salario reducido. Frío penetrante. Largos meses de completa oscuridad. Constante peligro. Es probable que no se regrese sano y salvo. En caso de éxito, honor y reconocimiento”
(Ernest Shackleton)


La travesía trans-antártica : 1914 – 1917

Shackleton sabía que su plaza en la carrera por el polo sur había terminado; Amudsen o Scott lo conseguirían antes de que el pudiese hacer un nuevo intento (como de hecho ocurrió). Así pues, dedicó su mente y sus esfuerzos al que sería el siguiente gran reto antártico: cruzar el continente helado, de mar a mar, y pasando por el polo. Sería una travesía de 1800 millas y, la primera mitad, desde el mar de Weddell al Polo Sur, sobre terreno inexplorado.
La expedición incluiría un grupo que intentaría completar la travesía trans-antártica, mientras que otro equipo se dedicaría a la investigación científica en la zona costera y los glaciares. Para ello harían falta dos barcos: el Endurance (Resistencia), que llevaría al grupo que realizaría la travesía y luego permanecería en la costa, y el Aurora, como apoyo. El anuncio de la expedición se hizo publico en enero de 1914. Al famoso anuncio en la prensa contestaron casi cinco mil aventureros, de los que fueron seleccionados 56. Iba a dar comienzo una de las hazañas de la exploración y la aventura más increíble de todos los tiempos.
Sin embargo, en Europa habría un hecho que desviaría la atención, por causas obvias: estaba a punto de declararse la Gran Guerra, la I Guerra Mundial. La noticia de la movilización legó justo cuando el barco estaba listo para partir. Shackleton envió un telegrama al Rey y a Wiston Churchill ofreciendo su barco y su tripulación para convertirlos en un destructor. Sin embargo, el primer ministro declinó su oferta.
El Endurance terminó de aprovisionarse en Argentina y puso rumbo a South Georgia. Sin embargo, los balleneros de la zona le advirtieron que el hielo estaba creciendo rápidamente esa temporada. Shackleton empezó a temer que su travesía no podría hacerse el primer verano. Por si acaso, en South Georgia hizo acopio de todo el carbón y la ropa de abrigo que pudo encontrar, y se lanzó a un mar cada vez más helado, esperando poder encontrar un puerto seguro en el mar de Weddell. En enero apenas podían avanzar. Para liberar la tensión, los expedicionarios saltaron del barco a la banquisa para jugar al fútbol sobre hielo, hasta que el capitán del barco pisó en mal sitio, s e hundió, y tuvo que ser rescatado. Otro problema eran las orcas, que les confundían con focas, y practicaban su sistema de caza, consistente en sumergirse en las profundidades para coger impulso y luego subir hasta estrellarse contra el hielo y atravesarlo, con las mandíbulas dispuestas a agarrar lo que fuera. Casi hacen presa en el fotógrafo. Por su parte, el endurance quedo definitivamente atrapado por el hielo el 19 de enero. El sol se puso el 17 de febrero. La nave acababa de convertirse en cuartel de invierno (y rebautizado “El Ritz”), mientras las corrientes empujaban las masas de hielo hacia el oeste, con destino incierto.
La necesidad entonces obligaba a mantener los laterales del barco libres de hielo, para que la presión no lo destrozase. Los hombres se distraían jugando al fútbol y al hockey hasta que la noche total antártica cayó a primeros de mayo. En junio, cinco equipos celebraron el primer derby de carreras con perros de la historia de la Antártida. Corrieron apuestas de chocolate y cigarrillos.
Pasaron los meses y en septiembre y octubre el hielo comenzó a moverse. Se abrían canales y cada vez el hielo presionaba más sobre el barco, que comenzó a escorar. El 27 de octubre, finalmente, a 69º 5’ sur, 51º 30’ Oeste, Shacketon toma la decisión: hay que abandonar el barco y llegar a tierra.

Tras 218 días atrapados, los hombres bajaron botes, equipo, trineos, tiendas y provisiones, e instalan un ‘Ocean Camp’ , que aguanta hasta el 22 de diciembre; entonces deciden marchar caminando, y arrastrando dos botes, de manera que, si el hielo se rompiera, pudieran saltar dentro para salvar su vida. Poco a poco, van caminando entre basas de hielo que se mueven a la deriva. Así, aguantan meses hasta que el hielo se desintegra y les obliga a navegar en abril. Entre bloques de hielo, al fin, avistan tierra y, a pesar de las malas condiciones, consiguen varar en la Isla del Elefante. Era la primera vez que pisaban tierra en 16 meses.
Tras buscar un lugar más o menos seguro para montar el campamento, se discutió la cuestión de cómo saldrían de allí. Shackleton decidió que su única esperanza era llegar de vuelta a South Georgia y pedir ayuda a la estación ballenera. Pero para ello, debían cubrir 800 millas en un bote, en la peor época del peor océano del mundo, el del Cabo de hornos. Dejó encargado a Wild, el segundo de la expedición, que se hiciera cargo de las cosas y que si en primavera no habían vuelto con ayuda, que llevase a la tripulación a Isla Decepción.
El bote james Caird fue fletado y, con Shackleton, Worsley, Crean, McNeish, McCarthy y Vincent, se hizo a la mar. Navegaban entre icebergs, pero cubriendo buenas distancias. Shackleton era capaz de orientarse incluso en aquellas condiciones. Repartiendo raciones incomibles, siempre empapados y en mitad del océano, con la piel en carne viva por la humedad, estaban tan fríos que no conseguían secar la ropa con su cuerpo, además,llevaban la misma ropa desde hacía siete meses. Cada día de supervivencia era una tortura y un de milagro. El cuarto día de navegación llegó la tormenta. La barca estuvo a punto de volcar en incontables ocasiones, pero increíblemente resistió. El viento antártico que la siguió congelaba la espuma del mar que chocaba contra el casco, y cubrió todo el bote de una lámina de hielo. Según se acumulaba el hielo, el peso aumentaba, amenazando con hundir la nave.
Rompiendo la capa de hielo y tirando por la borda todo lo que pudieron (incluyendo dos de los empapados sacos de dormir) consiguieron que las velas pudieran izarse. El frío cada vez era peor y sus caras y manos comenzaban a sufrir los efectos de la congelación. El día 11 de navegación, por la noche se levantó un violento oleaje. Shackleton, que iba al timón, vio de pronto una línea más clara en el horizonte. Llamó a los otros , y entonces cayó en la cuenta de que aquella línea blanca no era un amanecer... sino la cresta de espuma de la ola más grande que hubiese visto nunca, en sus años de navegante. Solo pudo gritar “¡Por el amor de Dios, agarraos, nos ha cogido!”, y en el instante siguiente se vieron elevados como un corcho en un caos de mar embravecido. Los segundos se hicieron horas, pero milagrosamente el bote seguía flotando tras la ola. Luchando por salvar su vida, achicaban agua con todo lo que encontraron, y consiguieron mantenerlo a flote. Se habían empapado las provisiones, el infiernillo flotaba en un rincón, ellos estaban más allá del límite, pero Worsley opinaba que no podían estar a más de dos buenos días de navegación.
Los bloques de hielo que transportaban para obtener agua habían desaparecido, la sed se unió a su tormento. Pero dos días más tarde, el 8 de mayo, avistaban las negras costas de Georgia del Sur.
Aún tuvieron que sufrir un poco más antes de pisar tierra; la isla está rodeada de rocas traicioneras, y la noche se les echó encima antes de que encuentren un lugar seguro por el que atracar. Tuvieron que pasar otra noche en el bote. A las cinco de la mañana, el viento reinante se convirtió en uno de los peores huracanes que recordaba Shackleton, y aún estaban en el agua. Casi les expulsó de la cercanía a tierra y, sobre la una de la tarde, casi les estrelló contra los arrecifes. Pero se calmó milagrosamente y les dejó seguir buscando un paso entre las rocas, que encontraron casi de noche. Milagrosamente, consiguieron atracar en Georgia del Sur. En la primera noche en tierra, Shackleton se despertó gritando creía que la montaña coronada de nieve que había frente a ellos era otra ola gigante que se los iba a tragar. ¿Les podía pasar algo más? Sí. Que habían atracado a 17 millas de la estación ballenera y que, para llegar a ella, debían atravesar a pie un paraje de montañas y glaciares. McNeish y Vincent no podían dar un paso, así que Shacketon les dejó al cuidado de Mccarthy y, con Crean y Worsley, se pusieron en marcha, remontando las laderas heladas del glaciar. Sin saco ni tiendas, no podían permitirse parar a dormir. Se equivocaron de camino y llegaron a un glaciar agrietado que les obligó a darse la vuelta. Cada vez que paraban, Ernest se empeñaba en no dormirse; si los tres se dejaban llevar, nunca más despertarían. Cada vez que se ponían en pie estaban tan tiesos que durante unos metros no podían doblar las rodillas. Llegaron al fin a una cordillera que les separaba de Stromness Bay, donde estaría la civilización. Sin saber muy bien por dónde iban, llegaron a un collado y se deslizaron ladera abajo. Sólo encontraron un camino posible para salir de aquella zona de montañas, y fue seguir un arroyo, aunque les supuso mojarse hasta la cintura. Por si fuera poco, el río se encañonó y les llevó a una cascada. No tenían fuerzas para retroceder, decidieron bajar por la misma cascada, con ayuda de una cuerda. Empapados, recorrieron su última milla y media antes de encontrar a dos niños cerca de la estación. Les preguntaron si el encargado estaba en casa, y no contestaron, se dieron la vuelta y echaron a correr como si hubieran visto al demonio. El encargado tampoco les reconoció al principio. Cuando el fantasma barbudo y cubierto de harapos apestosos se identificó como Ernest Shackleton, le dejó sin habla.
Poco después, Shackleton viajaría a Elephant Island para rescatar a sus compañeros, lo cual le costaría cuatro intentos, porque cada navío que enviaba quedaba atrapado en el hielo, y era forzado a retroceder. Cuando al fin llegó a la inhóspita playa donde Wild y los demás habían hecho un refugio con los dos botes y algo de lona, sólo preguntó si estaban todos bien, a lo que recibió una respuesta afirmativa.
Corría el año 1917. En casa, acusaban las terribles embestidas de la guerra, y nadie había recibido noticias suyas desde el año 14. Todo asombro sería poco cuando este hombre les contara que, tras más de dos años perdidos en el hielo, con una travesía suicida, en el lugar más duro de la tierra, no había perdido a un solo hombre.

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