Esta es la contraportada de El señor Mee, de Andrew Crumey, un libro discreto, serio, culto y organizado como el mecanismo de un reloj, perfecto, pausado, limpio y muy eficaz, y así va desplegando todo su artificio según avanza el segundero, llevándonos con él.
Un viejillo encantador algo despistado y completamente despegado de la realidad, encuentra, a través de una búsqueda casi borgeana, un libro que lleva mucho buscando, pero necesita comprarse un ordenador y una conexión a internet, con todo lo que eso conlleva, para, al final, hallar el libro sobre los muslos de una mujer que cobra por desnudarse para la webcam. Dos eruditos muy poco inteligentes sumergidos en la Ilustración y un peculiar profesor de literatura pagado de sí mismo que no es tan culto ni tan genial como cree completan la trama. La máquina formal, de relojero preciso, de su prosa sencilla y directa no han de distraernos, es un libro muy bien escrito y profundo, que, como los libros realmente buenos, exige de su lector para funcionar correctamente. Una maravilla, un descubrimiento, una caja de tesoros antiguos. Vale la pena.
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