domingo, 26 de abril de 2009

La Literatura Gótica





EL JOVEN A SUS JUICIOSOS CONSEJEROS


¿Pretendéis que me apacigüe? ¿Que domine
este amor ardiente y gozoso, este impulso
hacia la verdad suprema? ¿Que cante
mi canto del cisne al borde del sepulcro
donde os complacéis en encerrarnos vivos?
¡Perdonadme!, mas no obstante el poderoso impulso que lo arrastra
el oleaje surgente de la vida
hierve impaciente en su angosto lecho
hasta el día en que descansar en su mar natal.


La viña desdeña los frescos valles,
los afortunados jardines de la Hesperia
sólo dan frutos de oro bajo el ardor del relámpago
que penetra como flecha el corazón de la tierra.
¿Por qué moderar el fuego de mi alma
que se abrasa bajo el yugo de esta edad de bronce?
¿Por qué, débiles corazones, querer sacarme
mi elemento de fuego, a mí que sólo puedo vivir en el combate?


La vida no está dedicada a la muerte,
ni al letargo el dios que nos inflama.
El sublime genio que nos llega del Éterno nació para el yugo.
Baja hacia nosotros, se sumerge, se baña
en el torrente del siglo; y dichosa, la náyade
arrastra por un momento al nadador,
que muy pronto se sumerge, su cabeza ceñida de luces.


¡Renunciad al placer de rebajar lo grande!
¡No habléis de vuestra felicidad!
¡No plantéis el cedro en vuestros potes de arcilla!
¡No toméis al Espíritu por vuestro siervo!
¡No intentéis detener los corceles del sol
y dejad que las estrellas prosigan su trayecto!
¡Y a mí, no me aconsejéis que me someta,
no pretendáis que sirva a los esclavos!


Y si no podéis soportar la hermosura,
hacedle una guerra abierta, eficaz.
Antaño se clavaba en la cruz al inspirado,
hoy lo asesinan con juiciosos e insinuantes consejos.
¡Cuántos habéis logrado someter
al imperio de la necesidad!¡Cuántas veces
retuvisteis al arriesgado juerguista en la playa
cuando iba a embarcarse lleno de esperanza
para las iluminadas orillas del Oriente!


Es inútil: esta época estéril no me retendrá.
Mi siglo es para mí un azote.
Yo aspiro a los campos verdes de la vida
y al cielo del entusiasmo.
Enterrad, oh muertos, a vuestros muertos,
celebrad la labor del hombre, e insultadme.
Pero en mí madura, tal como mi corazón lo quiere,
la bella, la vida Naturaleza.



LA DESPEDIDA


¿Queríamos separarnos? ¿Era lo justo y lo sabio?
¿Por qué nos asustaría la decisión como si fuéramos
a cometer un crimen?
¡Ah! poco nos conocemos,
pues un dios manda en nosotros.


¿Traicionar a ese dios? ¿Al que primero nos infundió
el sentido y nos infundió la vida, al animador,
al genio tutelar de nuestro amor?
Eso, eso yo no lo hubiera permitido.


Pero el mundo se inventa otra carencia,
otro deber de honor, otro derecho, y la costumbre
nos va gastando el alma
día tras día disimuladamente.


Bien sabía yo que como el miedo monstruoso y arraigado
separa a los dioses y a los hombres,
el corazón de los amantes, para expiarlo,
debe ofrendar su sangre y perecer.


¡Déjame callar! Y desde ahora, nunca me obligues a contemplar
este suplicio, así podré marchar en paz
hacia la soledad,
¡y que este adiós aún nos pertenezca!
Ofréceme tú misma el cáliz, beba yo tanto
del sagrado filtro, tanto contigo de la poción letea,
que lo olvidemos todo
amor y odio!


Yo partiré. ¡Tal vez dentro de mucho tiempo
vuelva a verte, Diotima! Pero el deseo ya se habrá desangrado.
Entonces, y apacibles
como bienaventurados
nos pasearemos, forasteros, el uno cerca al otro conversando,divagando, soñando, hasta que este mismo paraje del adiós
rescate nuestras almas del olvido
y dé calor a nuestro corazón.


Entonces volveré a mirarte sorprendido, escuchando como otrora el dulce canto, las voces, los acordes del laúd,
y más allá del arroyo la azucena dorada
exhalará hacia nosotros su fragancia.


Friedrich Hölderlin (1770-1843) Otro al que como con Nietzsche nos arrebató la locura.

Como podéis ver, los primeros románticos, los padres de lo que hoy llamamos literatura oscura o gótica, no penaban más que por la luz. Pero iré más despacio. Es difícil resumir todas y cada una de las claves que llevan a la creación de algo, que aunque conserva elementos de lo anterior, y usa herramientas conocidas, obtiene un resultado, un lenguaje y una lectura, tan distinto de lo ya existente. Y es que en su primer período, la literatura gótica va surgiendo al ritmo lento de las respuesta a los vacíos que dejaba la literatura que se conocía, de las obras que se asomaban a otros mundos y vivencias, y así, buscando experimentar otras sensaciones, miedo, tensión, o vacío. Ciertos autores marcan la pauta de un nuevo género y una parte significativa de la sociedad se acerca a él y lo utiliza, también, como ruptura y escape. (Mención a parte merecen los cuentos antiguos, las leyendas, o incluso los poemas germánicos, pues a nadie escapa que el origen de la ficción es ése en concreto, quizá sólo hacía falta que alguien desligara los elementos de la literatura oscura ya presentes en Grimm de lo que se consideraba algo para niños)
La palabra gótico en sus orígenes se utilizaba para designar la barbarie germánica, aquello que se asociaba a la oscuridad medieval: el desorden, la rigidez estanca de las creencias, con su separación perfecta de lo bueno y lo malo, y el caos, que era tomado a parte aunque fuera indudablemente malo. Y es tras Hölderlin y los primeros románticos que llega este cambio y el público adecuado que lo recoja, y sin duda son ellos, los llamados Malditos, Heterodoxos y Alucinados: Arthur Rimbaud, Hölderlin, Algernon Blackwood... los que cruzan el primer puente. Así, y no de la nada, todo está ligado siempre a todo, es que aparece en Inglaterra la figura de Horace Walpole (1717-1797) y su Castillo de Otranto (1764), considerada por muchos la primera novela gótica. Y aunque hay un marcado gusto por la oscuridad, este es sólo un elemento decorativo en la trama, es el escenario, es la luz lo que persigue y ama el autor, la pureza, la inocencia... El mal sigue siendo algo ajeno al hombre, ni siquiera comparten aire, el mal es desmesurado, inaccesible, grotesco, diferente de la medida real del hombre. Pero sin duda es el Castillo de Otranto la grieta por la que entra lo que ahora llamamos gótico.

La madurez de las letras oscuras se alcanza en la década de 1790 en forma de grandes novelas. Estas obras colosales sirven para caracterizar perfectamente el género y su influencia se hace notar en muchos lugares del continente europeo. Es en esta época en la que destaca Ann Radcliffe (1764-1823), creadora de una de las obras más emblemáticas, Los misterios de Udolf (1794). En 1794 Matthew Gregory Lewis (1773-1818), un joven de 19 años, escribía a su madre: "¿Qué te parece que haya escrito en sólo diez semanas una novela de entre 300 y 400 páginas? Nunca he escrito nada la mitad de bueno". Se llamará El monje, y me gusta tanto que si los editores no la publican lo haré yo" Una novela terrible, impresionante, sinuosa y abismalmente desproporcionada: la cima del gótico, llena de oscuridad y fuerza. Por ello, ya desde su aparición la obra fue tachada de corrompida y blasfema por los sectores más apegados a los valores morales y religiosos de la época, sin escatimar airados epítetos que la condenaban por libertina, impía y atea, lo que aún le confirío mayor fama. El propio Coleridge elogia su fuerza imaginativa, pero añade que la obra destila un veneno moral que los aciertos literarios no hacen sino agravar. H.P. Lovecraft la considera «una obra maestra de verdadera pesadilla cuyos elementos generales de corte gótico están condimentados con un cúmulo de rasgos macabros.» La novela nos presenta a un monje español, llamado Ambrosio, quien de un estado profundamente virtuoso pasa a ser tentado por el demonio bajo la apariencia de la doncella Matilde. Finalmente, Ambrosio, condenado a morir en manos de la Inquisición, consigue escapar al castigo a costa de vender su alma al demonio.

Y como la serpiente ouróbora, que acaba en el inicio de sí misma, esta serie de primeras novelas, he mencionado las más representativas, dejan paso a un gótico influenciado por diferentes corrientes emergentes: Uno de los más influyentes será el romanticismo, un segundo romanticismo. En 1818 Mary WollstoneCraft Shelley (1797-1851) publica Frankenstein o El Moderno Prometeo, en el que aparecen nuevos elementos muy llamativos, como la forma en que se cuestiona la figura del hombre como creador o se plantean los límites morales de la ciencia.
En 1820, aparecerá la última obra de importancia que asentará no sólo la literatura gótica, sino los conceptos sobre la oscuridad y la importancia real del hombre y sus cargas tal y como los conocemos: Melmoth el Errabundo, del clérigo irlandés Charles Robert Maturin. La novela de Maturin trata sobre como su personaje, Melmoth, tras sellar un pacto con el diablo, recibirá una vida inmortal, llena de tormentos, en la cual su cuerpo vagará sin alma y sin rumbo. Su condición no cambiará hasta que encuentre alguien que quiera aceptar el trato con el diablo y heredar su maldición. Melmoth, en su agonía, visitará lugares tan siniestros como prisiones, manicomios, los tribunales de la Inquisición... Y si nos atrevemos, tendremos el gran honor de ser testigos de un viaje sin retorno hasta las mismas puertas del infierno.

Vendrían luego, el Drácula de Stoker, que humaniza y acerca al monstruo, que sella el abismo infranqueable entre lo oscuro, lo malo, lo eterno y el corazón humano, la imagen del reposo del bien hasta ahora, (Bien vale que pensemos un segundo en la película de Coppola "He cruzado óceanos de tiempo para encontrarte" porque en ella, lo que se ama, lo que se muestra, son los vacíos humanos. No hay diferencia entre el monstruo y el hombre) Y, del otro lado del mar Ambrose Bierce, El monje y la hija del verdugo, con G.A Danzinger – más conocido entre los fans de Lovecraft por el nombre que escogió posteriormente: Adolphe de Castro), Escarabajos Negros en Ambar, 1892 y ¿Pueden suceder tales cosas?, 1893, importante porque tras su estela nos llega H.P Lovecraft, no el mejor, ni el único, ni siquiera el más innovador, pero sí el más conocido, el mayor creador. No era un gran escritor, pero tenía una imaginación portentosa y fue el que de verdad asentó el género y lo abrió a todo el mundo.

Y, por supuesto, Edgar Allan Poe, uno de los mejores, un gran escritor, sin duda, y un maestro de los elementos necesarios para manejar el miedo, la atmosfera pesada de la tensión y la erudición necesaria para más que obras crear leyendas. ¿Quién no se ha rendido, a tantos y tantos niveles, ante El cuervo? Lenta, culta, llena de sombras, de remordimiento, de abismos miserables en el corazón, de presagios y maldiciones, de espejos que abismarse, de angustia y muerte. Es perfecta. Poe le confiere la palabra literatura con mayúsculas a la litera Gótica, y aún peor fama, me temo, con su biografía aún más tenebrosa que su obra, la de que todos están malditos, a un paso de la locura o ya merodeando en ella.
El cambio opera sobre el vértice de la perspectiva que se tiene del monstruo, de lo Otro en tanto malo o dañino, en la apreciación de la naturaleza maligna. Y los pares necesarios en El Castillo de Otranto Luz/Vida Inocencia/Bondad se asocían al hombre y Oscuridad/Pecado Maldad/Tinieblas a lo Otro, la Luz es el único camino del hombre, lo único que es suyo y a lo que debe atender. Seran estas fronteras las que se difuminen y finalmente desaparezcan según el genero se asiente y enriquezca, así, en obras posteriores, el hombre vaga por las sombras, es exactamente de la misma medida, moral e incluso física que el mal o lo otro que le espera en las sombras, o incluso es el mismo monstruo (El retrato de Dorian Grey, Doctor Jeckyll y Mr. Hyde) Así ya no es lo oscuro que acecha, como araña, lo que nos gana, sino que se admite que habita en nosotros una sombra equivalente a esa luz, que es fuerza, y vida, que veían los primeros autores.

Y, como ya intuís, desde aquí sólo unos cuantos pasos lógicos, adaptados a la época y modas nos separan de la saga de las Brujas de Mayfair de Anne Rice, o de Ira Levin y su La semilla del diablo, y por supuesto Stephen King It, o Dean Koontz, Fantasmas en las que lo oscuro ya aparece ligado ya no sólo al hombre, sino a lo cotidiano, a la esfera de lo humano en todas sus facetas, lejos de las vueltas tortuosas, desmesuradas que necesitaban en El castillo de Otranto para subsumir lo malo sobre el mundo, aparece ya como algo que no es totalmente lo Otro, aunque sea distinto o incluso aunque busque el mal.

Os preguntaréis porqué os he dado semejante chapa a estás horas, pero me gustaría que vieséis el hilo conductor del blog, o al menos una cierta lógica a lo que posteo, he llegado a ser lo que soy a través de la textura de la luz que he ido encontrando en cuanto he leído, que ojalá hubiera seguido un orden, y aunque las poesías que he escrito son mi visión sobre la luz, no deja de maravillarme lo que se ha escrito sobre ella, y aunque hable de abismo, del peso de la vida, de la atracción por la muerte, soy lo que soy gracias a ellos y a otros muchos que no he mencionado por no hacer el resumen infinito. Y es precioso, y valiente, y realmente valioso que alguien grite que se ha de luchar contra la pérdida de la luz cuando lo que se pedía desde el poder y la cultura de la época era humilde aceptación. ¿Qué mérito tiene hoy hablar del amor por la oscuridad? Hay miles de blogs hablando de eso, mostrando fotos de eso. Así que mis poesías hablarán de negrura y grieta, y pérdida, y las que de verdad os recomiendo, las realmente buenas y valientes, las que no podréis olvidar, serán luz, y coherencia, y camino.

Os animo a que me dejéis las vuestras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario