miércoles, 15 de julio de 2009

Dulzura


No suelo pedir que me cuenten historias familiares: son todas horribles. Pero la curiosidad es mala consejera... Una vez, como con quince años, le pedí a mi abuela que me diera nombres y lugares apróximados de nacimientos para trazar una suerte de árbol genealógico que no me hiciera sentir tan perdida, lo único que sentí fue estar dibujando las raíces, cada vez más profundas, de la desesperación. No repetiré aquí esas historias. Pero sí que diré que desde entonces la vida me parece algo pequeño, sucio, salvaje y cruel, y jamás he entendido a quienes la tienen por un don.
Hay una historia, sin embargo, que aunque aparto de mi mente constantemente, no se limita a hundirse en el negro pantano de mi memoria, como hacen todos mis recuerdos. Y a veces vuelve, cruel. Quizá porque me gustan las muñecas, y las atesoro, acumulo, y busco, no es coleccionar, no, coleccionar implica otra serie de intereses y razonamientos distintos, yo simplemente las quiero. Mi abuela vivía, con su madre viuda, analfabeta y enferma, en una suerte de barracones de un pueblo minero vasco que ya era un suburbio en sí mismo. Estaba en lo alto de unas lomas cubiertas de helecho y vegetación de arrabal, y rodeado de bosques de jaros y señalizado por las carreteras que llevaban a Portugalete, a Bilbao o a Barakaldo. Su madre trabajaba limpiando y remendando la ropa de las mujeres de la zona. Ella era la pequeña de ocho y todos los demás se habían ido marchando. Nunca había tenido juguetes, tampoco tiene muy claro cuándo era su cumpleaños, y cuando llegaban las Navidades su madre le decía que los Reyes Magos no pasaban por allí porque había unas cuestas muy empinadas y no podían subir tan cargados como iban. Unas navidades fueron distintas, por alguna razón, y trajeron a mi abuela una preciosa muñeca de cartón, pintada y con vestido blanco y algún bordado, no la recuerda bien, me temo. Un día la sacó a jugar a la calle con las demás niñas, que no solían querer estar con ella, y por malicia, envidia, o simple torpeza, se la rompieron, le hundieron la carita. Mi abuela se pasó toda la tarde vagando con la muñeca rota llorando tanto que ni recuerda cómo pasaron esas horas, hasta que se hizo el tiempo de volver a casa, y tener que reconocer que había desobedecido y que se había quedado sin muñeca, sabiendo que nunca volvería a tener otra. Su madre sufrió tal disgusto que le dio una paliza con la misma muñeca y luego lloraron las dos.
Sí, es una historia horrible, por eso no suelo preguntar y cuando me cuentan sin más trató muy rápido de olvidar. La vida de mi abuela le fue deparando cosas mucho peores, no os preocupéis, y la historia de la muñeca, en concreto, la cuenta sonriéndose por lo mucho que quería a su madre y santiguándose por su memoria. Las Navidades pasadas, no me reguntéis porqué, le regalé una muñeca, siempre le he ido regalando cosas útiles, como ella dice, bolsos, pañuelos, perfumes, todos tenemos abuelas, ya sabemos cómo es, pero le regalé una muñeca. Ahora hacen preciosidades, además. Reaccionó de una forma tan rara que a veces creo que me equivoqué. No sólo duerme con ella, y es una muñeca grande y rígida, del tamaño de un bebé de un año, se la lleva a ver la tele e incluso al balcón, donde pasa la mayor parte de su vida. Le habla a la muñeca y dice que rezan juntas por la noche. Pienso que sí que le gustó. Aunque puede, claro, que como todo en esta vida, nada sea así de sencillo.
A veces pienso, ¿tendría mi abuela un reino mágico al que evadirse, soñaría despierta o vivió todo aquello sin ningún tipo de anestesia?
El mundo es más dulce y soportable para los que sueñan.
Os recomiendo encarecidamente "El libro mágico" una película del 2005 cuyo titulo Original es Neverwas. Es de Joshua Michael Stern y está protagonizada por: Aaron Eckhart, Ian McKellen, Brittany Murphy, Nick Nolte, Jessica Lange, William Hurt, Bill Bellamy, Alan Cumming... La historia, realmente bien interpretada por el muy serio y brillante reparto, es de las que hacen que te tambalees un poco por dentro.
Me he puesto un poco triste, la pregunta sería: cómo no.

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