domingo, 12 de septiembre de 2010
Ojos azules
Yu-Jie Yu en Deviantart
El valle lo abrió el paso rápido, como descuidado, furioso y joven, del arroyo. Descendía ajeno a la maldición que decían pesaba sobre el lugar del que nacía, el vientre negro, subterráneo, de las más altas montañas de la cordillera.
La cueva era profunda y negra, de ella surgía frío y el rumor incesante que confundían con cánticos oscuros, paganos, antiguos. Las aguas que de allí partían veloces hacia el mar eran muy caudalosas, olían a nieve, y a las profundidades de la tierra. No era un largo velo de plata, no era un rumoroso camino blanco, no merecía canciones, siempre estaba revuelto, siempre era joven, arrastraba ramas, tierra, y piedras imposiblemente redondas, surgía de la negrura y se alejaba, saltando, horadando la piedra y cambiándola, más allá del bosque infranqueable, más allá del circo de piedra que cerraba el valle, quién sabía hacia dónde, por eso no lo consideraban propio, por eso no le pusieron nombre, por eso estaba maldito, y le odiaban. El arroyo era duro y frío, y sólo en las pozas, también redondas, abiertas a la piedra clara, donde el agua se detenía apenas, sobre nichos de piedras redondas cansadas de rodar, había criaturas, ranas pequeñas, diminutos peces transparentes, algún musgo del mismo color verde profundo que el agua quieta. Quizá más allá se amansara, se asentara, se arrastrara claro y abierto bajo el cielo, llenándose de peces, aves zancudas y las ramas bajas, como manos calmas, de los árboles ribereños, mas allí era un curso brioso y malo, siempre nuevo y al tiempo sucio y peligroso. Lo odiaban, y no le pusieron nombre. A veces, decían, en los saltos cuajados de espuma clara como bordado de virgen, venían prendidas canciones antiguas, viejas palabras, voces quedas, de los que ya no estaban, y se santiguaban, y retiraban del agua, frontera entre mundos, paso a la sombra. Cruzaba también el bosque oscuro, maldito como lo estaba el cielo sobre él, gris y denso por la niebla que siempre ascendía de las casi infinitas ramas de los árboles. Se atrevía a cruzar el bosque. La última parte del muro natural que cerraba el circo en el que se hallaba el valle. A veces se oían voces entre las ramas, entre los jirones de niebla, pájaros fantasmales que parecían anunciar el fin se aclaraban la garganta y repetían las voces que, entre las desnudas ramas, llevaba el agua. Decían que más abajo, dentro ya del bosque, estaba el esqueleto negro de un puente, venido abajo, inútil. Debió haber sido importante, grande, nadie lo recordaba, nadie sabía cómo podía alzarse semejante construcción, enfrentarse a la corriente, de dónde habían traído la piedra, cuando toda la de allí era blanca. El Diablo debió hacerlo, resolvieron, pero no terminarlo. Nadie se preguntó a dónde llevaba, estaba muerto, se internaba en el bosque, se asomaba al agua, eso les bastaba. Tenía poderosas raíces, decían, los que hasta allí se acercaban, refugio de lobos, de sombras, asidero del agua, decían los demás, y cada vez eran menos, los que se acercaban. Mal sitio: el bosque, el agua encantada, camino de sombras, el puente inútil, refugio de lobos y alimañas.
Bajo la niebla, que ascendía del agua rumorosa, que se estrellaba contra las lindes de piedra del dominio de los árboles, el bosque respiraba. También tenía secretos, y corazón de leyenda. Sus ramas negras, siempre envueltas en niebla, se tragaban el sol cada día, abrazando con fiereza la noche. Y de noche, ay, de noche, ni el constante bramar del agua, vehículo de voces pasadas, acallaba las voces de las criaturas del bosque. Y había cánticos, y las sombras herían la niebla, aullaban las alimañas, bajo las estrellas, todo esto veían, y oían muy dentro, los que de noche miraban, decían, la luz nos protege, de noche cae el velo y la otra cara del mundo se apodera de él, es malo asomarse a la noche, es malo mirar a las sombras, cuando miras al abismo, el abismo mira en ti, decían los demás, y cada vez eran menos, los que de noche miraban.
Así que no supieron cuándo calló de pronto el bosque, cuándo dejó de bailar la niebla, cuándo hasta el arroyo, hijo de sombras, siempre nuevo, pasó bajo los restos del puente frenándose sobre las piedras redondas. Sorprendidos.
Había un jinete en el puente, embozado en capa de lana, traía la espada a medio envainar y conocía las canciones que repetía el agua. Podía haber sido una sombra, un fantasma, no lo era. Bajó el caballo al paso el talud de piedra hasta el agua, oscura y furiosa, y como no tenía miedo, ésta, cansada de estar maldita, le dejó pasar.
Se hundió en la niebla que exhumaba la blanda tierra negra del bosque, que hasta las rodillas le llegaba al jinete, y como no tenía miedo de la oscuridad, pasó entre los árboles, arrojando, sin ruido, miles de pájaros negros al negro cielo estrellado. El bosque, vientre de sombras, le miró, y sonrió, el viajero sabía su nombre, conocía el nombre del valle, de los caminos perdidos, y de las montañas que formaban la cordillera.
Y le dejaron pasar, aquella noche preludio de todo lo demás, porque todos reconocieron, porque eran viejos y malos, los ojos azules del hombre.
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