lunes, 27 de abril de 2009

El señor Mee

Siguiendo el consejo de su sacrificada ama de llaves, el señor Mee, un cordial octogenario, abandona sus libros polvorientos y recurre a Internet para buscar la Enciclopedia de Rosier, un libro perdido que propone la filosofía de un universo alternativo. Lo que encuentra en su lugar es la fotografía de una muchacha desnuda leyendo Ferrand y Minard: Jean-Jacques Rousseau y la búsqueda del tiempo perdido. Mientras tanto, en la primavera de 1761, los dos copistas franceses Ferrand y Minard se encuentran en posesión de la Enciclopedia de Rosier y son perseguidos por las autoridades, que quieren apoderarse de los secretos que encierra. Las historias entretejidas que siguen después se ocupan de la locura de Rousseau, de la enfermedad terminal de un erudito enamorado y del tardío descubrimiento que hace el señor Mee del sexo, de las drogas y de Jimmy Shand.


Esta es la contraportada de El señor Mee, de Andrew Crumey, un libro discreto, serio, culto y organizado como el mecanismo de un reloj, perfecto, pausado, limpio y muy eficaz, y así va desplegando todo su artificio según avanza el segundero, llevándonos con él.
Un viejillo encantador algo despistado y completamente despegado de la realidad, encuentra, a través de una búsqueda casi borgeana, un libro que lleva mucho buscando, pero necesita comprarse un ordenador y una conexión a internet, con todo lo que eso conlleva, para, al final, hallar el libro sobre los muslos de una mujer que cobra por desnudarse para la webcam. Dos eruditos muy poco inteligentes sumergidos en la Ilustración y un peculiar profesor de literatura pagado de sí mismo que no es tan culto ni tan genial como cree completan la trama. La máquina formal, de relojero preciso, de su prosa sencilla y directa no han de distraernos, es un libro muy bien escrito y profundo, que, como los libros realmente buenos, exige de su lector para funcionar correctamente. Una maravilla, un descubrimiento, una caja de tesoros antiguos. Vale la pena.

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