No he pensado mucho en ello pero me he dado cuenta de que siento la literatura, en cualquiera de sus variantes, como una compulsión, como una necesidad similar a la que te lleva a devorar una bolsa gigante de patatas o, peor, pipas, mientras ves nada en la tele, leo como si me fuera a morir antes de saber más, antes de llenarme de palabras e imágenes... y es por eso, creo, que leo de todo. Desde la dulce-dulce e inocente historia que comienza con Twiligth, de Stephanie Meyer, hasta la impresionante, realmente impresionante, Penélope y Las Doce Criadas de Margaret Atwood, hasta me he enganchado a la fría, rápida, oportunista y también tierna, por el tratamiento hacia sus personajes, serie de AIDP (planetacomic.net) en la que la Agencia de Investigación de lo Paranormal sigue su rumbo sin Hellboy. Qué le voy a hacer. Podría hablaros de lo que me hizo la culta, oscura y profunda serie de Sandman, del demasiado admirado Gaiman, pero además de que creo nos pasó a todos, se me pasó enseguida gracias a la inmejorable Lucifer, (gracias, gracias, gracias, Carey) primero de Norma ed. y después de Planeta, (como casi todo ya), buena y vibrante trama, inmejorable lenguaje visual, apabullante carga moral. Qué pena que se acabe, qué pena. ¿No os quedais un poco huérfanos cuando se acaba un libro? También me he enganchado a Wet Moon, de Ross Campbell, de Norma Ed. El desarrollo es frío y lento, el lenguaje visual a veces es denso y oscuro y otras un poco caótico, pero tiene un incréible sentido de los personajes y maneja espléndidamente los diálogos. (La evolución del dibujo de la protagonista la hace aparecer casi como un dibujo manga en el tercer libro, es desconcertante)
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