miércoles, 9 de septiembre de 2009

"Si te estás muriendo, lárgate. Si estás sufriendo, muévete. No existe más ley que la del movimiento." Amélie Nothomb



"El fin de semana, conseguí salir de Tokio por primera vez. Un tren me llevó hasta la pequeña ciudad de Kamdura, a una hora de la capital. El redescubrimiento de un Japón antiguo y silencioso hizo que se me saltaran las lágrimas. Bajo aquel cielo inmensamente azul, los pesados tejados de teja en forma de arco y el aire inmovilizado por el hielo parecían decirme que me habían estado esperando, que me habían echado de menos, que, con mi regreso, volvía a restaurarse el orden del mundo y que mi reinado duraría diez mil años.
Siempre he tenido una tendencia al lirismo megalómano."

"A partir de medianoche empezaron a trepar por la montaña (Del monte Fuji) procesiones luminosas. Así pues, había gente que tenía la valentía de hacer el ascenso de noche, sin duda para evitar tener que convivir durante demasiado tiempo con el frío. En efecto, la ceremonia que nadie debía perderse era la salida del sol. Poco importaba llegar con antelación. Con lágrimas en los ojos, miraba aquellas lentas orugas doradas serpenteando hacia la cumbre. No cabía duda de que no estaban compuestas por atletas sino por personas corrientes. ¿Cómo no admirar a un pueblo semejante?
Hacia las cuatro de la mañana, mientras llegaban los primeros excursionistas, unos filamentos de luz empezaron a asomar en el cielo. (...) Un grupo se iba formando poco a poco frente a las primicias del día.
Me incorporé al grupo. La gente permanecía de pie y vigilaba el astro con el más profundo de los silencios. Mi corazón empezó a latir con más fuerza. Ninguna nube en el cielo de verano. Detrás de nosotros, el abismo de un volcán muerto.
De repente, un fragmento encarnado apareció en el horizonte. Un escalofrío recorrió la callada asamblea. Luego, a una velocidad no exenta de magestuosidad, el disco entero surgió de la nada y dominó toda la llanura.
Entonces se produjo un fenómeno cuyo recuerdo me sigue conmoviendo: de los cientos de pechos reunidos allí, entre ellos el mío, se elevó el siguiente clamor:
-Banzai!
Aquel grito era una lítotes: diez mil años no habrían sido suficientes para expresar el sentimiento de eternidad japonesa suscitado en semejante espectáculo.
(...)
Con los ojos bañados en lágrimas, contemplé la bandera nipona perder lentamente su rojo para derramar su oro sobre el azul aún macilento."

Amélie Nothomb. Ni de Eva ni de Adán Ed. Anagrama colección Panorama de Narrativas.

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